UNO DE ESOS

| jueves, 18 de abril de 2013
Autor© Jesús Alejandro Godoy

¿...Sabe aquel cobarde que sufre lo que sufre, por ser un cobarde?” se preguntó el hombre mientras miraba como se escondía el sol bajo esas montañas nevadas.
Aquel pensamiento iba dirigido a un hombre al que todos conocían como el “macho remachado” más cuando recordaban cuando lo habían conocido: parecía ser algún titán salido de alguna novela de héroes; pero a los pocos días, la verdad habló y los hilillos de orina que se traslucieron en los pantalones de dril caqui habían hecho el resto.
El caso contrario era el hombre al que todos le decían “La Gorda risueña”, porque se la pasaba mirando el cielo y no hacía otra cosa que escribir y dibujar cosas en una libreta de tapa azul símil cuerina con arabescos naranjas que, a éstas alturas tenía un olor hediondo como el que tienen esos perros que llevan varios días de muerto bajo un sol palpitante.
En realidad debo decir, que el olor era lo de menos. Eso ya no importaba, creo que nos habíamos acostumbrado.
—¡Hey gorda! —le gritó de lejos un joven larguirucho y algo musculoso al que todos conocían por “el manijas” por sus orejas puntiagudas—. ¡¿Qué diablos estás dibujando ahora?!
Todos rieron.
—¡Estoy dibujando a tu mamá abrazada con el lechero!
Todos rieron a carcajadas incluyendo “manijas”
“Ése Gorda Risueña, sí que tiene bolas” admitía de vez en cuando el mismo manijas.
—¡¿Manijas...?! —preguntó una voz un tanto lejana y casi apaciguada por la lenta pero pesada aguanieve que se abatía en todo el lugar—. ¿Crees en Dios?
Todos guardaron silencio y vieron como manijas se remilgaba un poco en su lugar, sacaba un Gold Leaf de su chaleco y lo encendía con el pulso de una abuela atacada con la peor de las artrosis.
—¿Si creo en Dios...? ¡Pues ejjeeeejjj...! —escupió una saliva un tanto verdosa antes de responder, se pasó la mano tosca por la boca, mantuvo el cigarrillo entre sus dientes amarillentos, tomó una vieja fotografía entre sus dedos temblorosos y dijo—: Te diré algo, voz extraña, en éste momento estoy mirando una fotografía de mi hija y mi mujer... y si un estúpido zopenco como yo, pudo casarse con ésta hermosa señora que dio a luz a la más hermosa de las mujeres que he conocido en toda mi maldita vida... te diré que sí, que creo en Dios.
—¡Entonces brindemos por el Dios que hizo que manijas sea un padre orgulloso! —gritó la voz desde lejos.
—¡Sí, ja, ja, jaaaaaa! —gritó y rió un hombre algo morrudo al que todos le decían “acuarela” por su cabello pelirrojo y su barba extremadamente negra—. ¡Brindemos por el maldito Dios!
“¡Síííííí!” se oyó gritar miles de voces al unísono.
—Hey acuarela, pásame un poco de tu tabaco —pidió el macho remachado.
Acuarela lo miró un poco a disgusto, pero metió secamente la mano en su morral y sacó un atado de tabaco en hojas; cortó un poco con los dientes y se lo arrojó casi en la cara al pobre desgraciado.
—Gra... gracias —dijo macho.
Del otro lado no hubo respuesta alguna; el silencio se hizo más profundo, el aguanieve pareció acelerarse y la espera pareció tomar forma.
—Yo creo en Dios y también en los ángeles —dijo un hombre al que le habían volado los dientes delanteros, y al que todos ya habían apodado “puertas”—. Mi madre era devota de San Cono, y siempre le rezaba para acertar algunos números en la lotería —agregó y estornudó casi haciendo un vendaval—.
—¡Gorda! —gritó manijas—, ¿Por qué no le dibujas un par de ángeles a puertas, así se lo regala a la madre?
—¿Podrías? —le preguntó puertas a la gorda risueña, mirándolo con ojos lastimeros.
La gorda risueña resopló en su lugar y asintió con la cabeza, pero sin mirar a puertas.
—¡Gracias mi gordita risueña! —gritó puertas mientras se besaba la palma de la mano y le tiraba un beso.
—¡Lo hago por tu madre maldito desdentado, para que cuando regreses a tu casa vea mi dibujo y no se desmaye cuando vea tu fea cara! —gritó la gorda.
Todos, absolutamente todos rieron a carcajadas hasta hartarse.
—¿Crees en los ángeles acuarela? —preguntó manijas soplando por enésima vez su cigarro que se apagaba a cada momento.
—Nunca he visto uno... pero creo que existen, creo que a veces Dios queda jodido de la cabeza y tiene que tener a alguien que lo representa en la tierra para convencer a los hombres de que no sean tan estúpidos... ¿sabes manijas?
El silencio se hizo un poco más hondo.
—En verdad necesitaríamos uno de esos aquí... ¿No acuarela? —preguntó manijas.
—Creo que sí manijas —tosió y de su pecho se escuchó un gorgoteo. Soltó un eructo espantosamente sonoro y agregó—: creo que en algún maldito lugar de éste maldito país debe de haber algún maldito ángel mirándonos mientras se limpia sus malditas uñas ¿sabes manijas? —escupió haciendo una mueca algo graciosa y prosiguió—: creo que el maldito diablo está perfectamente jodido de la cabeza, al igual que a Dios a veces se le vuela la maldita chaveta como ahora... pero también creo ambos tienen algunos malditos ángeles para enviar a la tierra—.
—¿Tú crees? —preguntó puertas.
—Sí... ¡que se yo! ¡jggggffffggjjjj! —escupió—, lo que creo puertas, es que el maldito Dios es bueno y sus ángeles también, y que el maldito diablo es malo y sus ángeles también... Pero también creo que a veces entre ellos hacen malditos pactos o se secuestran los unos a los otros y bueno... ¡Maldita sea, éstas malditas moscas!
—¿Y vuelan? —preguntó manijas.
—¿Las moscas? —respondió acuarela.
—¿Vuelan?
—¿Quiénes... las moscas?
—¡Los ángeles!
—¡Ahhhh...! Ohhh... ehhh —acuarela pensó un instante.
—¡Yo tenía una tía que volaba! —gritó la voz extraña interrumpiendo—. ¡Se comía dos platos de frijoles y luego su enorme culo salía volando con ella!
Todos rieron.
—Yo creo que sí manijas... ejjjj... creo que sí que los malditos ángeles vuelan y que tienen trompetas y esas cosas que les gusta tocar a ellos —explicó acuarela.
—Pero sí los ángeles buenos tocan las trompetas ¿qué tocan los ángeles malos? —preguntó puertas.
—¡Éstos tocan! —gritó la gorda risueña apretándose los testículos.
—¡Tocan el ukelele! —gritó la voz extraña.
—¡Tocan el tambor! —gritó puertas.
—¡Tocan la pandereta y a veces el timbre! —gritó entre risas manijas—.
Acuarela abrió la boca para decir algo, pero una bala salida de la nada le abrió la cabeza en dos, y cayó convulsionándose violentamente sobre otros dos cuerpos que estaban en la trinchera hacía ya dos días descomponiéndose a la intemperie, entregados al olvido y al viento austral donde había una guerra…cualquier guerra.
La gorda risueña, manijas, y puertas miraron a su compañero con gesto amargo.
Cerraron los ojos. Algunos lloraron, pero igualmente cargaron sus fusiles automáticamente y empezaron a disparar una vez más, mientras macho remachado sacaba del chaleco de acuarela una carta ajada y con muchos dobleces. Se persignó y una lágrima rodó por su mejilla.
“Adiós acuarela” pensó.
Se arremangó su chamarra y se unió a sus compañeros.
“En verdad necesitamos uno de esos aquí -pensó macho, mientras las balas trazaban caminos de luz en las penumbras-. En verdad necesitamos uno de esos aquí.

2 comentarios:

  1. Muy buen cuento!! Sabes contar muy bien una historia. Saludos!

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  2. Muy buen cuento!! Sabes contar muy bien una historia. Saludos!

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