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La Armadura Soñada – Capítulo I

| martes, 27 de noviembre de 2012
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Sentado en el portal de su pequeña casa a las afueras de la capital, alejado de la  algarabía, recordaba una y otra vez sus años de servicio a La Alianza. Se había vuelto un hombre solitario, huraño, melancólico quizás. Ya no tenía interés por nada, ni siquiera el cataclismo había ocasionado en él una gota de entusiasmo. Habían pasado ya casi 20 años desde su involuntaria retirada, aquello había marcado su vida para siempre.


Esa mañana contemplaba a lo lejos una granja vecina donde correteaban por doquier pequeños huérfanos detrás de sus juguetes o mascotas, había  sido un niño feliz, nació y creció en la ciudad de Ventormenta, en el seno de una familia muy trabajadora y dedicada a lucha por su pueblo. Su madre era enfermera y desde muy pequeño ya le instruía para que supiera valerse por sí mismo en caso de emergencia. "Tendrás que saber curar tus heridas solo, en el campo de batalla cada  cual debe velar por su seguridad para no estorbar a los demás", le decía su madre. Con tan solo 8 años ya sabia como curar, vendar y suturar casi cualquier herida. Nada lo asustaba, había visto muchos hombre heridos, demasiados para su tan corta edad.

Su padre era el herrero mas destacado de Ventomenta por aquellos tiempos, venian hombres de muy lejos a pedir que les forjara sus armas y armaduras, era el único especialista en cualquier tipo de armadura, "He aprendido de la vida, no he tenido maestros, ni padre ni hermanos mayores que me instruyeran, pero aún así me ha ido bien, espero poder servirte de maestro y que a tí te vaya aún mejor que a mí, hijo". Y sí que lo fue, con 12 años ya sabía tanto como él, aunque en la práctica no era tan eficaz, era el ayudante perfecto para su padre.


Había sido un niño precoz, aprendió mucho en muy poco tiempo, gracias a su interés por saber y a sus padres había podido nutrirse de todo cuanto había querido, pero lo que él más anhelaba era poder formar en una fila de soldados para luchar por su pueblo, defender su bandera, ser un guerrero de la Alianza.

Su primera oportunidad le pasó por delante a los 16 años, momento en el que su madre había caído muy enferma y lo cual no le permitió alejarse de su familia, debía ser en ese momento el apoyo incondicional de su padre, y así fue como lleno de impotencia miró desde la ventana de su casa como partían las filas hacia el combate.

Poco tiempo después su madre murió. Lleno de dolor se refugió en un viejo laboratorio de alquimia, con el cual alternaba la herrería de su padre. A los dos años ya era un experto en alquimia, esto lo aprovechaba al máximo y cuando estaba en la herrería investigaba fórmulas con químicos y metales, buscaba aleaciones para sus armaduras mientras cumplía con las tareas que le encomendaba su padre. Quería ser un Guerrero, pero sus conocimientos lo llevaban más allá, se preguntaba como podía fusionar tanto saber para fortalecer a los héroes en el combate.

Cierto día, sentado en la puerta de la herrería, con la mirada perdida, vio pasar dos niños, que soñaban, como él, en poder formar parte de una fila de soldados:
- Yo me entrenaré muchísimo, y seré el que mejor puntería tenga de los cazadores.
- Eso no basta, yo me entrenaré también, pero además inventaré mi propia armadura, será letal. ¡No podrán siquiera tocarme la coraza por que mis enemigos caerán rendidos!
- ¡Eso no es posible! ¡Eso no es posible!
- ¡Si que lo será, yo lo inventaré y así seré invencible! - Se reía el pequeño.
La risa del niño lo sacó de su profundo pensamiento, levantó la cabeza y un rayo de sol que reflejaba en la vieja coraza del muñeco diana que había frente a él, le dio en los ojos, sacó de su bolsillo una pequeña libreta de apuntes que llevaba consigo siempre y apuntó: "Metales pesados + aleaciones de alquimia". ¿Será posible hacerlo? ¿Será posible crear la armadura que soñaba ese niño? Cerró la libreta, se levantó y dijo para sí mismo "¡lo intentaré!". Sonrió y se volvió a meter en la  herrería.
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