Newest Post

Cuentos Épicos

| martes, 30 de abril de 2013
Leer más »

En la pestaña de "Antigua Vamurta", arriba, tenéis los 19 fragmentos que componen el relato fantástico y épico de Tanos.

La Guarida
TAONOS (XVI)
Relatos épicos
16 de 19
cuentos epicos
By Igor.
  Los supervivientes de las Gargantas se apelotonaron a un lado del camino, sobre la ladera que descendía escarpada, apostados en la espesura, seguros de no ser vistos. Pronto escucharon a una avanzadilla de montañeses acercarse junto a sus odiados lobos, que husmeaban el camino con enorme excitación. El gobernador ordenó no atacar, creyendo que detrás de ellos llegaría el grueso de ese grupo de vanguardia. Y así fue, mientras los lobos del primer grupo aullaban, sabiendo que algo se ocultaba detrás de los árboles, y sus amos miraban en todas las direcciones sin saber muy bien qué sucedía aún, llegaron en tropel más salvajes, más preocupados en la velocidad de la persecución que en evitar sorpresas.
Cuando una nube de dardos y flechas les cayó encima, ni tan siquiera supieron de qué lado llegaban. La falange, en tres líneas bien hilvanadas, emergió en el borde del camino, cayendo sobre sus enemigos como un temporal que hunde un esquife en el fondo del mar. Los lobos, rápidos, huyeron hacia el crepúsculo.
Sin poder examinar a los enemigos caídos, el gobernador ordenó seguir hacia Taonos, donde juzgaba, tendrían una oportunidad para defenderse tras los muros de la fortaleza vacía.

   Antes que las estrellas perforaran con sus destellos el cristal de la noche, el joven veguer distinguió la masa compacta de los muros que les iban a dar refugio. No los habían alcanzado. «¡Un último esfuerzo! Olvidad vuestras fatigas. ¡Un poco más!», rogó a sus hombres.
Subieron la loma del castillo y entraron por el agujero de la puerta con la fuerza de una avalancha. Se oyeron gritos. ¡Taonos volvía a estar habitada! Hombres, viejos, niños y mujeres salieron corriendo, sin poder escapar, pues estaban atrapados en su propia guarida. La tropa del gobernador, también sorprendida, parecía indecisa entre tanta algarabía. Se mandó a la infantería y a los arqueros guardar la muralla, y a los hostigadores recluir a los habitantes en el Salón del Trono. Hecho esto, el gobernador se dirigió hacia allí.
Un murmullo de voces angustiadas lo recibió, cuando se presentó sucio y todavía jadeante, manchado de sangre, ante sus prisioneros. Amenazados por los cuchillos cortos y anchos de los hostigadores, las gentes de Taonos agachaban la cabeza, apiñados, sabiendo que su suerte estaba echada.
Quedan 3 fragmentos para el final.

Cuentos Épicos

Posted by : Unknown
Date :martes, 30 de abril de 2013
With 2comentarios

Cuentos Fantásticos

| lunes, 29 de abril de 2013
Leer más »

Todos los cuentos cortos fantásticos de Vamurta y los cinco primeros capítulos de la novela, en los siguientes enlaces, además de otros relatos fantásticos.
Estos relatos de fantasía ayudan a comprender mejor esta pequeña saga de literatura fantástica y la profundizan.
En la pestaña de "Otros Relatos" se cuelgan las historias fantásticas y no fantásticas desligadas de Antigua Vamurta. Allí hay algún cuento fantástico más.

Cuentos y Relatos de Vamurta.
Otros relatos fantásticos para leer
saga fantasia epica
Los Tres primeros capítulos de Antigua Vamurta. Pinchando en los enlaces para fragmentos largos en el blog de «Mundo Vamurta» o pinchando en la etiqueta de este blog, «La novela», para fragmentos más cortos y con mayor número de comentarios.  

Cuentos Fantásticos

Posted by : Unknown
Date :lunes, 29 de abril de 2013
With 0comentarios

La Guerra del Mar de Dunas

| domingo, 21 de abril de 2013
Leer más »

El sol de mediodía mantenía su inquebrantable mirada fija sobre la arena de Silithus, convertido en un testigo mudo sobre la multitud de soldados reunida alrededor del Muro del Escarabajo.
Continuó su travesía, entre de las masas reunidas bajo él. Era como si el orbe se hubiera detenido para lanzar implacables oleadas de calor hasta que los vastos ejércitos se colapsaran a causa de la exposición.
Entre las agitadas formaciones destacaba una solitaria elfa de la noche meditando en silencio. Sus compañeros la miraban admirados; algunos casi con reverencia. Los demás allí reunidos, una selección de representantes de cada raza de todas las regiones del mundo conocido, la escrutaban afectados por sus propios prejuicios raciales. Después de todo, la mortal enemistad entre los elfos de la noche y los trols y tauren se remontaba a años atrás.
Sin tener en cuenta sus afiliaciones, todos los que se habían unido a la batalla aquel día compartían el mismo sentimiento hacia la elfa de la noche: respeto. Shiromar era como el sol en el cielo: impasible, inquebrantable y resuelta. Estas cualidades le habían venido bien en los últimos meses, concediéndole la fuerza para continuar cuando todo parecía perdido, cuando la misión parecía interminable y cuando sus compañeros se habían rendido.
Habían pasado por el vigilante y las Cavernas del Tiempo; por el dragón de bronce, el Señor de linaje y las colmenas de retorcidos insectos; entonces se encontraron con los fragmentos y sus guardianes, los ancianos dragones, que no estaban dispuestos a ceder fácilmente. Para completar la tarea hubo que recurrir a la coacción, el ingenio y, en ocasiones, a la violencia pura y dura.
Y todo aquello por un objeto, el objeto que Shiromar sostenía en sus manos en ese preciso instante: el cetro del Mar de Dunas, al fin reconstruido tras mil años.
Al final todos los caminos conducían aquí, a Silithus y a las puertas del Muro del Escarabajo. Al lugar donde el cetro fue destrozado.
Shiromar miró hacia el cielo y recordó la época en la que el sol había quedado eclipsado por los dragones, en que los Qiraji y los silítidos caían sobre las legiones de elfos de la noche en oleadas aparentemente interminables, en que la suerte no era más que una sombra. Parecía que nadie fuera a sobrevivir a aquellos terribles meses, pero allí estaba ella, de pie ante la sagrada barrera que había salvado sus vidas tantos años atrás, durante la Guerra del Mar de Dunas…
Fandral Corzocelada dirigía el ataque junto con su hijo Valstann. Habían elegido el desfiladero para que sus flancos estuvieran protegidos ante el infinito flujo de silítidos. Shiromar estaba cerca, tras la primera línea, lanzando hechizos tan rápido como sus energías se lo permitían.
Fandral y Valstann, acompañados por los centinelas, sacerdotisas y vigilantes más endurecidos por la batalla habían conseguido llegar hasta la boca del desfiladero, mientras los druidas lanzaban hechizos y curaban afanosamente. Parecía que cada gran grupo de silítidos que conseguían eliminar era reemplazado por cientos. Así había sido durante los últimos días, desde que habían tenido noticias de la incursión de silítidos y Fandral había llamado a las armas.
La sacerdotisa Shiromar y sus compañeras habían recuperado energía suficiente como para invocar simultáneamente la gracia de Elune: observaron mientras una cegadora columna de luz destruía al enjambre que bloqueaba el final del desfiladero.
Entonces un sonido grave y vibrante llenó el aire. Uno a uno, los insectos voladores —los Qiraji alados— volaron sobre el borde del desfiladero y atacaron a los druidas que se encontraban en las posiciones de apoyo.
Fandral condujo a las primeras líneas desde el desfiladero hasta la arena abierta, pisando montones de cadáveres de silítidos. El aire había cobrado vida con el zumbido de los Qiraji mientras descendían en picado y usaban sus apéndices en forma de garra para atacar. Fandral continuó hacia delante para permitir que las filas de apoyo pudieran dispersarse.
Al mirar hacia una cresta distante, Shiromar observó que enjambres de Qiraji terrestres se acercaban por la cresta como hormigas saliendo de su hormiguero. Una monstruosidad gigante apareció, moviendo sus extremidades con forma de garra, acechando sobre todos y gritando órdenes a los soldados-insecto.
Entre el parloteo y zumbido de los enjambres, un sonido parecía repetirse en la presencia del guerrero que tenía el control: Rajaxx, Rajaxx… Aunque Shiromar no entendía las comunicaciones de los Qiraji, se preguntó si no sería ése el nombre de la criatura.
Al acercarse la siguiente oleada de Qiraji, se escuchó el sonido de un gran cuerno: desde el este y el oeste una multitud de elfos de la noche cargó. Con un grito capaz de helar la sangre de cualquiera, Fandral y Valstann se lanzaron contra el corazón del enjambre, ambos bandos chocaron y se mezclaron uno en el otro cuando las recién llegadas tropas golpearon a ambos lados.
Shiromar estaba segura de que habían ganado, pero cuando las sombras fueron creciendo y el día se convirtió en noche, la batalla continuaba. En el centro del encuentro Fandral, Valstann y el general Qiraji luchaban desesperadamente.
Evitando con dificultad varios ataques de Qiraji alados, Shiromar miró hacia donde el general luchaba contra padre e hijo. Los números de los Qiraji estaban menguando y el general parecía sentirlo, ya que con un gran salto se apartó, regresando hacia la cresta donde Fandral lo había visto por primera vez. Desde allí desapareció y las pocas criaturas insecto que quedaban fueron rápidamente erradicadas.
Aquella noche hicieron turnos de guardia mientras el ejército de los elfos de la noche descansaba. Fandral sabía que la amenaza Qiraji no había sido del todo eliminada y esperaba que la batalla volviera a comenzar por la mañana. A lo largo de la noche, Shiromar sólo pudo dormir en breves periodos, con el estruendo de la batalla resonando en sus oídos, a pesar de que el desierto estaba en calma.
Al llegar la mañana, el ejército volvió a formar filas y marchó hacia la cresta donde fueron recibidos por una inquietante tranquilidad. Shiromar miró hacia el horizonte, pero no había rastro alguno de los Qiraji y silítidos. Cuando Fandral se preparó para continuar avanzando, llegó un mensajero con terribles noticias: la Aldea del Viento del Sur estaba siendo atacada.
Fandral pensó en enviar las tropas a defender la aldea, pero presintió que aquella acción dejaría una puerta abierta a la invasión de los Qiraji supervivientes. Aún no sabían cuál era el número exacto de insectos o si habían visto todo lo que esta nueva raza tenía para atacarles.
Valstann adivinó los pensamientos de su padre y se ofreció a dirigir un destacamento a la aldea para que Fandral pudiera quedarse donde estaba y contener posibles ataques.
Desde cerca Shiromar escuchó el resto de la conversación:
—Podría ser una trampa —dijo Fandral.
—No podemos arriesgarnos, padre —. Respondió Valstann. —Yo iré. Defenderé la ciudad y regresaré victorioso, manteniendo el honor de tu nombre.
Fandral asintió de mala gana. —Vuelve vivo y estaré más que satisfecho.
Valstann reunió un destacamento y Fandral contempló a su hijo mientras partía. A Shiromar le preocupaba que sus fuerzas estuvieran divididas, pero entendía la necesidad de hacerlo.
Durante los siguientes días, Shiromar y los demás lucharon contra una oleada tras otra de silítidos que surgían de las colmenas repartidas por la tierra. Pero seguía sin haber rastro de los Qiraji. Una sensación de temor empezó a crecer en el interior de Shiromar; creía que el hecho de que el Señor de los silítidos no hubiera dado señales de vida durante tanto tiempo era un mal augurio. Le preocupaba el destino de Valstann y en diversos momentos del día, entre la continua carnicería, veía a Fandral mirando silencioso hacia el horizonte, esperando ansiosamente el retorno de su hijo.
El tercer día, cuando el sol alcanzó su cenit, aparecieron los Qiraji, más numerosos que antes. Una vez más el zumbido de sus alas de insecto se hizo patente en el aire, y una vez más la interminable multitud apareció en el horizonte. Se desplegaron ante Fandral y los demás como la tenebrosa sombra de una nube que oscurece el sol… y se detuvieron.
Y esperaron.
Fandral colocó a sus tropas en formación y se mantuvo al frente mientras los cuervos tormentosos volaban a su alrededor en círculo y los druidas en forma de oso arañaban la tierra ansiosos, todos observando con atención. Momentos después, la marea de insectos se abrió y la corpulenta silueta del general Qiraji se acercó, llevando una figura herida en su apéndice con forma de garra. Llegó hasta el frente de las líneas Qiraji y sostuvo a Valstann Corzocelada en lo alto para que todos lo vieran.
Se escucharon gritos sofocados entre los soldados. Shiromar sintió cómo su corazón se partía. Fandral permaneció de pie, en silencio… sabía que Viento del Sur había caído y temía que su hijo pudiera estar ya muerto. Se maldijo por haberle permitido partir y permaneció inmovilizado por una mezcla de miedo, ira y desesperación.
Entre las garras del general, Valstann se revolvió y habló al general, aunque estaba demasiado lejos como para que se le pudiera oír.
Al fin, el hechizo que había caído sobre Fandral se rompió y cargó hacia delante, seguido por el ejército de elfos de la noche, pero la distancia era demasiado grande… y antes de que el general Qiraji actuara, Shiromar sabía que no podrían llegar hasta Valstann a tiempo.
El general Qiraji apoyó su segunda garra sobre la silueta ensangrentada de Valstann; apretó y las separó cercenando el cuerpo del joven elfo de la noche por la cintura.
Fandral aflojó el paso, vaciló y cayó de rodillas. Los elfos de la noche pasaron a su lado. Cuando los dos ejércitos chocaron, una tormenta de arena llegó desde el este, bloqueando la luz, asfixiando, sofocando. El viento casi detuvo el movimiento de Shiromar. Tapó sus ojos lo mejor que pudo, el bramante viento azotando sus oídos, ahogando los sonidos de la batalla y los gritos de sus compañeros moribundos.
Entre el caos vio la turbia y enorme sombra del general Qiraji no muy lejos, tajando y matando entre las líneas de elfos de la noche como un recolector cortando trigo. Entonces escuchó a Fandral, su voz fantasmagórica entre la tormenta, ordenando al ejército que se replegara.
Lo que vino después pareció ocurrir muy deprisa, aunque en realidad duró varios días: Fandral guió a las tropas hasta Silithus, a través de los pasos de la montaña y hasta la cuenca del Cráter de Un’Goro. Los ejércitos de Qiraji y silítidos nunca quedaron atrás, matando a todos los que caían fuera de la protección de las fuerzas principales.
Pero una vez dentro de Un’Goro algo extraño ocurrió: entre las filas se corrió el rumor de que los Qiraji se habían replegado, justo cuando las tropas atravesaron el borde del cráter. El archidruida reunió a las tropas que quedaban en el centro de la cuenca y ordenó que no cedieran. Al fin los que luchaban, los que huían y los moribundos podrían disfrutar de una tregua. Pero los elfos de la noche habían sufrido una amarga derrota y el gesto de Fandral Corzocelada había cambiado irremediablemente.
Shiromar observó mientras Fandral hacía guardia vigilando desde la Cresta del Penacho en Llamas, con el vapor de los respiraderos del volcán alzándose tras él y el brillo naranja de la lava iluminaba su cara, con una mueca que escondía la tristeza más profunda: una pena que sólo los padres que han enterrado a sus hijos conocen.
La repentina retirada de los Qiraji desconcertaba a Shiromar. Cuanto más pensaba en ello, más recordaba acerca de las leyendas acerca del Cráter, los rumores de que había sido construido en la edad primordial por los propios dioses. Quizá ellos vigilaran aquella tierra. Quizá sus bendiciones aún ungieran ese lugar. Sin embargo, una cosa era segura: si no se concebía un plan para detener la marea de la raza insecto…
Kalimdor se perdería para siempre.
La Guerra del Mar de Dunas continuó durante varios largos y agónicos meses. Shiromar consiguió sobrevivir batalla tras batalla, pero los elfos de la noche siempre estaban a la defensiva, siempre inferiores en número y siempre obligados a retroceder.
Desesperado, Fandral buscó la ayuda del escurridizo Vuelo de Bronce. Su negativa inicial a interferir fue revocada cuando los descarados Qiraji atacaron las Cavernas del Tiempo, hogar y dominio del Nozdormu, el Atemporal.
El heredero de Nozdormu, Anacronos, aceptó alistar al Vuelo de Bronce contra los acechantes Qiraji. Cada elfo de la noche que se encontraba en buenas condiciones físicas se unió a la causa y juntos iniciaron una campaña para retomar Silithus.
Pero incluso con el poder de los dragones respaldándoles, la cantidad de Qiraji y silítidos era abrumadora, así que Anacronos invocó a la progenie de los demás Vuelos: Merithra, hija de Ysera el Vuelo Verde; Caelestrasz, hijo de Alexstrasza del Rojo y Arygos, hijo de Malygos del Azul.
Los dragones y los Qiraji alados lucharon en el cielo despejado sobre Silithus mientras todas las fuerzas de los elfos de la noche de Kalimdor lo hacían en la tierra. A pesar de ello, parecía que los ejércitos de Qiraji y silítidos fueran interminables.
Más tarde, Shiromar escuchó susurros que afirmaban que los dragones que sobrevolaban la antigua ciudad de la que emergían los Qiraji habían visto algo preocupante allí. Algo que apuntaba a que una presencia más antigua y terrorífica se escondía detrás del violento ataque.
Quizá fuera esta revelación lo que apresuró a los dragones y a Fandral a concebir su desesperado plan final: contener a los Qiraji dentro de la ciudad y levantar una barrera que los confinara dentro hasta que pudieran elaborar una estratagema más esperanzadora.
Con la ayuda de los cuatro Vuelos, comenzó el ataque final a la ciudad. Shiromar avanzaba detrás de Fandral mientras los cadáveres de los Qiraji alados caían del cielo. En lo alto, los dragones estaban eliminando a los soldados-insecto. Como si fueran uno solo, los elfos de la noche y los dragones formaron una muralla andante que forzaba a los Qiraji a retroceder hacia la ciudad de Ahn’Qiraj.
Pero, al llegar a las puertas de la ciudad, la situación cambió y eso era todo lo que los ejércitos combinados podían hacer para resistir. Seguir presionando era imposible. Merithra, Caelestrasz y Arygos decidieron adentrarse en la ciudad y contener a los Qiraji durante tiempo suficiente para que Anacronos, Fandral y los demás druidas y sacerdotisas crearan la barrera mágica.
Y así los tres dragones y sus compañeros volaron directos hacia las legiones Qiraji, hacia la ciudad, con la esperanza de que su sacrificio no fuera en vano.
Fuera de las puertas, Fandral pidió a los druidas que concentraran sus energías mientras Anacronos invocaba la barrera encantada. Más allá de las puertas, los tres dragones sucumbieron ante las abrumadoras fuerzas mientras los Qiraji seguían brotando.
Shiromar concentró sus energías e invocó la bendición de Elune mientras la barrera se erigía ante sus ojos: piedra, roca y raíces emergían desde debajo de la arena creando un muro impenetrable. Incluso los soldados alados que intentaban sobrevolarlo se encontraban con un obstáculo invisible que no podían sortear.
Los Qiraji que quedaban fuera del muro fueron rápidamente eliminados. Los cadáveres de los Qiraji, elfos de la noche y dragones ensuciaban la ensangrentada arena.
Anacronos señaló a un escarabajo que se escabullía entre sus pies. Mientras Shiromar lo observaba, la criatura se quedó quieta, después se aplastó, transformándose en un gong metálico. Las piedras se movieron a una nueva posición cerca del muro, creando el estrado sobre el que el gong fue finalmente colocado.
El gran dragón caminó hasta la extremidad cortada de uno de sus compañeros caídos. Sostuvo el apéndice y, tras una serie de encantamientos, la extremidad cambió de forma hasta convertirse en un cetro.
El dragón le explicó a Fandral que si alguna vez algún mortal deseaba atravesar la barrera mágica y acceder a la Antigua ciudad, tan solo tendría que golpear el gong con el cetro y las puertas se abrirían. Entonces, entregó el cetro al archidruida.
Fandral miró hacia abajo, retorciendo la cara con desdén. —¡No quiero tener nada que ver con Silithus ni con los Qiraji y mucho menos con los malditos dragones! —Y después de decir aquello, Fandral lanzó el objeto contra las puertas mágicas, donde se hizo añicos con una lluvia de fragmentos, y se fue.
—¿Destrozarías nuestro vínculo por una cuestión de orgullo? —preguntó el dragón.
Fandral se giró. —El alma de mi hijo no encontrará consuelo en esta victoria vacía, dragón. Lo recuperaré. ¡Incluso si tardo milenios, recuperaré a mi hijo! Fandral pasó de largo junto a Shiromar…
…quien podía verlo claramente en su mente, como si sólo hubiera pasado un día en vez de mil años.
Uno a uno los ejércitos reunidos de Kalimdor la miraron, esperando. Ella se acercó hacia el estrado entre humanos y tauren, gnomos y enanos e incluso trols, razas contra las que su gente había luchado y que ahora se habían unido para acabar con la amenaza de los Qiraji de una vez por todas.
Shiromar permaneció ante la base de los escalones y respiró hondo. Subió a lo alto del estrado y dudó durante un solo segundo. Entonces, golpeó fuertemente el cetro contra el antiguo gong.

UNO DE ESOS

| jueves, 18 de abril de 2013
Leer más »
Autor© Jesús Alejandro Godoy

¿...Sabe aquel cobarde que sufre lo que sufre, por ser un cobarde?” se preguntó el hombre mientras miraba como se escondía el sol bajo esas montañas nevadas.
Aquel pensamiento iba dirigido a un hombre al que todos conocían como el “macho remachado” más cuando recordaban cuando lo habían conocido: parecía ser algún titán salido de alguna novela de héroes; pero a los pocos días, la verdad habló y los hilillos de orina que se traslucieron en los pantalones de dril caqui habían hecho el resto.
El caso contrario era el hombre al que todos le decían “La Gorda risueña”, porque se la pasaba mirando el cielo y no hacía otra cosa que escribir y dibujar cosas en una libreta de tapa azul símil cuerina con arabescos naranjas que, a éstas alturas tenía un olor hediondo como el que tienen esos perros que llevan varios días de muerto bajo un sol palpitante.
En realidad debo decir, que el olor era lo de menos. Eso ya no importaba, creo que nos habíamos acostumbrado.
—¡Hey gorda! —le gritó de lejos un joven larguirucho y algo musculoso al que todos conocían por “el manijas” por sus orejas puntiagudas—. ¡¿Qué diablos estás dibujando ahora?!
Todos rieron.
—¡Estoy dibujando a tu mamá abrazada con el lechero!
Todos rieron a carcajadas incluyendo “manijas”
“Ése Gorda Risueña, sí que tiene bolas” admitía de vez en cuando el mismo manijas.
—¡¿Manijas...?! —preguntó una voz un tanto lejana y casi apaciguada por la lenta pero pesada aguanieve que se abatía en todo el lugar—. ¿Crees en Dios?
Todos guardaron silencio y vieron como manijas se remilgaba un poco en su lugar, sacaba un Gold Leaf de su chaleco y lo encendía con el pulso de una abuela atacada con la peor de las artrosis.
—¿Si creo en Dios...? ¡Pues ejjeeeejjj...! —escupió una saliva un tanto verdosa antes de responder, se pasó la mano tosca por la boca, mantuvo el cigarrillo entre sus dientes amarillentos, tomó una vieja fotografía entre sus dedos temblorosos y dijo—: Te diré algo, voz extraña, en éste momento estoy mirando una fotografía de mi hija y mi mujer... y si un estúpido zopenco como yo, pudo casarse con ésta hermosa señora que dio a luz a la más hermosa de las mujeres que he conocido en toda mi maldita vida... te diré que sí, que creo en Dios.
—¡Entonces brindemos por el Dios que hizo que manijas sea un padre orgulloso! —gritó la voz desde lejos.
—¡Sí, ja, ja, jaaaaaa! —gritó y rió un hombre algo morrudo al que todos le decían “acuarela” por su cabello pelirrojo y su barba extremadamente negra—. ¡Brindemos por el maldito Dios!
“¡Síííííí!” se oyó gritar miles de voces al unísono.
—Hey acuarela, pásame un poco de tu tabaco —pidió el macho remachado.
Acuarela lo miró un poco a disgusto, pero metió secamente la mano en su morral y sacó un atado de tabaco en hojas; cortó un poco con los dientes y se lo arrojó casi en la cara al pobre desgraciado.
—Gra... gracias —dijo macho.
Del otro lado no hubo respuesta alguna; el silencio se hizo más profundo, el aguanieve pareció acelerarse y la espera pareció tomar forma.
—Yo creo en Dios y también en los ángeles —dijo un hombre al que le habían volado los dientes delanteros, y al que todos ya habían apodado “puertas”—. Mi madre era devota de San Cono, y siempre le rezaba para acertar algunos números en la lotería —agregó y estornudó casi haciendo un vendaval—.
—¡Gorda! —gritó manijas—, ¿Por qué no le dibujas un par de ángeles a puertas, así se lo regala a la madre?
—¿Podrías? —le preguntó puertas a la gorda risueña, mirándolo con ojos lastimeros.
La gorda risueña resopló en su lugar y asintió con la cabeza, pero sin mirar a puertas.
—¡Gracias mi gordita risueña! —gritó puertas mientras se besaba la palma de la mano y le tiraba un beso.
—¡Lo hago por tu madre maldito desdentado, para que cuando regreses a tu casa vea mi dibujo y no se desmaye cuando vea tu fea cara! —gritó la gorda.
Todos, absolutamente todos rieron a carcajadas hasta hartarse.
—¿Crees en los ángeles acuarela? —preguntó manijas soplando por enésima vez su cigarro que se apagaba a cada momento.
—Nunca he visto uno... pero creo que existen, creo que a veces Dios queda jodido de la cabeza y tiene que tener a alguien que lo representa en la tierra para convencer a los hombres de que no sean tan estúpidos... ¿sabes manijas?
El silencio se hizo un poco más hondo.
—En verdad necesitaríamos uno de esos aquí... ¿No acuarela? —preguntó manijas.
—Creo que sí manijas —tosió y de su pecho se escuchó un gorgoteo. Soltó un eructo espantosamente sonoro y agregó—: creo que en algún maldito lugar de éste maldito país debe de haber algún maldito ángel mirándonos mientras se limpia sus malditas uñas ¿sabes manijas? —escupió haciendo una mueca algo graciosa y prosiguió—: creo que el maldito diablo está perfectamente jodido de la cabeza, al igual que a Dios a veces se le vuela la maldita chaveta como ahora... pero también creo ambos tienen algunos malditos ángeles para enviar a la tierra—.
—¿Tú crees? —preguntó puertas.
—Sí... ¡que se yo! ¡jggggffffggjjjj! —escupió—, lo que creo puertas, es que el maldito Dios es bueno y sus ángeles también, y que el maldito diablo es malo y sus ángeles también... Pero también creo que a veces entre ellos hacen malditos pactos o se secuestran los unos a los otros y bueno... ¡Maldita sea, éstas malditas moscas!
—¿Y vuelan? —preguntó manijas.
—¿Las moscas? —respondió acuarela.
—¿Vuelan?
—¿Quiénes... las moscas?
—¡Los ángeles!
—¡Ahhhh...! Ohhh... ehhh —acuarela pensó un instante.
—¡Yo tenía una tía que volaba! —gritó la voz extraña interrumpiendo—. ¡Se comía dos platos de frijoles y luego su enorme culo salía volando con ella!
Todos rieron.
—Yo creo que sí manijas... ejjjj... creo que sí que los malditos ángeles vuelan y que tienen trompetas y esas cosas que les gusta tocar a ellos —explicó acuarela.
—Pero sí los ángeles buenos tocan las trompetas ¿qué tocan los ángeles malos? —preguntó puertas.
—¡Éstos tocan! —gritó la gorda risueña apretándose los testículos.
—¡Tocan el ukelele! —gritó la voz extraña.
—¡Tocan el tambor! —gritó puertas.
—¡Tocan la pandereta y a veces el timbre! —gritó entre risas manijas—.
Acuarela abrió la boca para decir algo, pero una bala salida de la nada le abrió la cabeza en dos, y cayó convulsionándose violentamente sobre otros dos cuerpos que estaban en la trinchera hacía ya dos días descomponiéndose a la intemperie, entregados al olvido y al viento austral donde había una guerra…cualquier guerra.
La gorda risueña, manijas, y puertas miraron a su compañero con gesto amargo.
Cerraron los ojos. Algunos lloraron, pero igualmente cargaron sus fusiles automáticamente y empezaron a disparar una vez más, mientras macho remachado sacaba del chaleco de acuarela una carta ajada y con muchos dobleces. Se persignó y una lágrima rodó por su mejilla.
“Adiós acuarela” pensó.
Se arremangó su chamarra y se unió a sus compañeros.
“En verdad necesitamos uno de esos aquí -pensó macho, mientras las balas trazaban caminos de luz en las penumbras-. En verdad necesitamos uno de esos aquí.

UNO DE ESOS

Posted by : Unknown
Date :jueves, 18 de abril de 2013
With 2comentarios

Un mundo de sombras – Capítulo 2

| miércoles, 3 de abril de 2013
Leer más »

Capítulo 2 – Un portal hacia el vacío
Burghok seguía asustado en su cama, aunque aquellos susurros habían cesado, no sabía lo que se iba a encontrar, a su lado encima de la mesa se encontraba el libro que le había robado a Ner’zhul, temía que este lo descubriera y planeó como deshacerse de él. Salió al campamento y escuchó como unos guerreros orcos comentaban lo que había sucedido el día anterior, que habían traído el draenei al poblado y que Ner’zhul se lo había llevado a su cabaña. Tenía que deshacerse de aquel libro lo antes posible, si su maestro lo descubría el castigo podría ser mortal. No podía devolverlo a su dueño, ya que seguramente se habría percatado de su ausencia, entonces barajó dos posibilidades, deshacerse de él, o esconderlo en la casa de alguien, para que Ner’zhul creyera que había sido otro el culpable de aquel acto. Había un compañero con el que Burghok competía, su principal enemigo como aprendiz, pensó que sería una buena idea entregarle el libro a él sin que se diera cuenta, eso restaría puntos frente a Ner’zhul si lo descubría y quizás dejaría de instruirle, aquel alumno al que quería dejar fuera de juego no era ni más ni menos que Gul’dan.
Mientras tanto Ner’zhul buscaba el libro, debía recuperarlo, si caía en manos indebidas podría ocasionar mucho daño, no podía permitir que su raza, cegada por el poder, quedara casi extinguida por ellos mismos. Mientras Gul’dan practicaba en los campos de Draenor la magia, Burghok se coló en su cabaña y dejó el libro en su bolsa, en la que llevaba sus apuntes y sus otros libros de hechizos, y se marchó lejos del poblado, cargó su mochila con comida y agua, y se alejó de la multitud para reflexionar sobre lo que había pasado. Tardó varios días en volver al poblado, pero Burghok no esperaba lo que iba a ver en los siguientes días. Todo seguía normal, como si nada hubiese sucedido, estaba confuso, ¿habría recuperado su libro Ner’zhul? ¿qué habría ocurrido con Gul’dan? Para comprobar lo que había pasado fue a visitar a Gul’dan, este lo invitó a pasar y los dos se sentaron en la mesa.
-   ¿Dónde has estado estos días? Ner’zhul está muy enfadado después de lo que ocurrió la otra noche.
-   ¿Qué fue exactamente lo que ocurrió? – preguntó Burghok
-   Encontraron un Draenei moribundo, tenía heridas por todo el cuerpo pero no estaba muerto, Ner’zhul se lo llevó para investigarlo y desde ese día está muy raro, como buscando algo. Pero no me has dicho donde estabas.
-   Fui al campo a buscar draeneis para practicar un poco.
-   ¿Tres días? Tu también estás muy raro. Mira lo que me encontré en mi bolsa el otro día, un libro de hechizos. – a Burghok le inundó el miedo, Gul’dan tenía el libro y lo había leído.
-   ¿Hechizos? ¿Qué tipo de hechizos?
-   No lo se, parecen rituales de algún tipo, pero no se como llegó a mi bolsa. ¿Quieres ir a practicarlos esta noche, cuando todos estén durmiendo?
-   No sabemos que rituales son esos, ¿no sería mejor dárselo a Ner’zhul para que lo viera?
-   ¿Acaso tienes miedo? No me lo esperaba de ti, estás muy raro, normalmente hubieras sido tu el que me lo sugiriera. No se qué te pasa, ¿no tendrás tu algo que ver con lo de la otra noche?
-   ¿Yo? No se de que me hablas – Burghok estaba demasiado nervioso, le sudaban las manos y no sabía que responder. – Esta bien, esta noche iremos a ver de que hechizos se trata.
Burghok, atemorizado volvió a su cabaña, no había sido la mejor idea dejar ese libro a manos de Gul’dan, era demasiado ambicioso y querría dominar aquellas artes, Gul’dan no tenía miedo a nada, era todavía más ególatra que su compañero y quería convertirse en el chamán más poderoso de todos los orcos, aquella noche iba a marcar un antes y un después en la vida de su raza.
Cuando cayó la noche Gul’dan y Burghok se encontraron en las afueras del poblado, cargados con el libro se dirigieron hacia el este, a los territorios de los Draenei, Gul’dan planeaba hacer una masacre, a Burghok le parecía que había estado mirando demasiado el libro, no comprendía porqué tenía tanta ansiedad en probar los poderes que se mostraban en él, parecía diferente, ansioso de poder. Cuando llegaron, y todos los draeneis dormían Gul’dan empezó un ritual, de nuevo los poderes violeta se mostraron y una gran luz emanaba de sus manos, una tenebrosa voz se escuchaba en la oscuridad, y despacio, frente a ellos se empezó a formar una pequeña abertura que crecía poco a poco, creando un portal entre el mundo de Draenor y otro lugar, cuando el portal alcanzó el tamaño aproximado por el que podría pasar un orco, apareció un ser azul, formado por las sombras del caos, y se acercó a los dos jóvenes orcos, terminado el ritual el portal desapareció y el ser de sombra dijo llamarse Kromgak, y que era un abisario, había llegado para servir a su nuevo amo, su invocador Gul’dan. A Gul’dan se le iluminó el rostro y descubrió que aquel libro era mucho más poderoso de lo que se podía imaginar, echó un vistazo rápido y vio un par de hechizos que quería practicar, junto con el abisario y Burghok entró cabaña tras cabaña, y con los poderes de las sombras, la corrupción y el fuego aniquiló uno tras uno a todos los draenei del poblado, a medida que mataba, más era su ansia de poder, su sed de sangre era insaciable, Burghok vio que faltaban pocas horas para que amaneciera y urgió a Gul’dan a abandonar el poblado, ambos sabían que no podían volver a su pueblo con la invocación demoníaca, y creando otro portal, Gul’dan lo envió de nuevo al vacío, prometiendo invocarlo en futuras ocasiones para que le sirviera. Gul’dan estaba radiante, le encantaba su nuevo poder, un poder superior con el que podía destruir todo lo que se le pusiera por delante, los dos compañeros se despidieron, y prometieron no contar aquello a nadie, de momento.

Un mundo de sombras – Capítulo 2

Posted by : Unknown
Date :miércoles, 3 de abril de 2013
With 0comentarios

Un mundo de sombras – Capítulo I

| jueves, 21 de marzo de 2013
Leer más »

Capítulo 1 – Ritual indebido

La lluvia era intensa en Draenor, mientras los orcos se enfrentaban entre ellos para saciar su sed de sangre, y los ríos de ira corrían por sus venas en los combates a muerte, Burghok, un joven aprendiz de las artes chamánicas practicaba en su cabaña, intentando combinar las fuerzas elementales. Tenía un carácter egocéntrico, pensaba que él era el mejor de sus compañeros, bajo la influencia de su mentor, el viejo chamán Ner’zhul, Burghok dedicaba todo su tiempo a convertirse en un gran maestro de las fuerzas de la naturaleza. Aunque era muy joven, ya dominaba muchos aspectos de la maestría chamanística. No obstante, había algo que al viejo chamán no le gustaba de él, y era su ímpetu por ser el mejor, el carácter competitivo que tenía con sus compañeros mostraba un lado oscuro en él, un aspecto sombrío del cual nadie imaginaba lo que podría llegar a realizar. Creía que los orcos eran superiores a los draenei que ocupaban Draenor, les tenía odio y pensar en ellos le causaba repulsión y aunque sus habilidades no eran las de un guerrero orco, la sed de sangre corría por sus venas. Quería demostrar a todos que ya no era un aprendiz, planeaba enseñarles lo que era capaz de hacer, y su determinación y alevosía lo hacían mucho más capacitado para ello que sus compañeros chamanes.

Una tarde fría se dirigió hacia las tierras que los draenei cultivaban, había una pequeña aldea, habitada por familias que dedicaban su tiempo a la agricultura y sus rituales draénicos, con sigilo se quedó mirando como actuaban, esperó que cayera la noche para dar fin a aquellos seres pacíficos e indefensos. Cuando el pequeño sol cayó y la oscuridad se apoderó de Draenor, Burghok entró en una pequeña cabaña, donde dormía un padre con su esposa y sus dos hijos, y con los poderes que más dominaba, los de fuego, y con un acto de extrema crueldad, acabó con la vida de la mujer y los niños, guardó al draenei para el final, para experimentar con un ritual que ansiaba probar. El draenei, cuando vio que su esposa e hijos habían perdido la vida a causa del vil orco, sus ojos se llenaron de ira y fuera de sí intentó dar muerte a Burghok en vano, pues el orco logró fácilmente con varias descargas de relámpagos, causar unas heridas profundas y mortales en el pobre draenei. Una vez terminado el asesinato, Burghok empezó el ritual que había encontrado en un viejo libro que le robó a su Mentor Ner’zhul, escrito por él mismo, su nombre lo atrajo mucho “Cómo levantar a los muertos”. Aunque no sabía bien lo que podía ocurrir, ya que nunca lo había practicado, puso todo su valor y su empeño y siguió con el ritual, voces le susurraban al oído, mientras unos poderes sombríos se apoderaban de su cuerpo, esa magia no era la que antaño había practicado, era una magia oscura, una magia negra, la cual no estaba pudiendo controlar, la luz violeta que los poderes emanaban iluminaban la habitación y podía ver aterrorizado como el corpulento draenei recuperaba el movimiento, observó con terror lo que estaba sucediendo y asustado interrumpió el ritual y corrió de nuevo hacia su hogar en el poblado orco. Aquella noche no pudo dormir, las voces le seguían susurrando y el joven chamán no sabía de donde venían, lo que había presenciado horas atrás no tenía explicación para él. ¿De donde había sacado su maestro aquel ritual tan sombrío?

Al día siguiente los guerreros orcos tenían previsto un ataque a los seres azules, planearon un ataque mortal hacia las cabañas del este, los objetivos de estos ataques no eran más que saciar la sed de sangre y apoderarse de esas tierras, cuando llegaron a uno de los poblados descubrieron que no había rastro de ningún draenei, habían huido pocas horas antes y la tierra se había vuelto oscura y estéril, las plantas que los draenei habían cultivado habían marchitado y el olor a putrefacción se respiraba en el ambiente. Inspeccionaron las cabañas y en una de ellas hallaron una criatura, poseia la misma figura que la de un draenei, pero tenía heridas profundas por todo el cuerpo y no parecía controlar sus acciones, daba la impresión de que esperaba alguna orden, los orcos no se podían explicar como las heridas mortales no habían acabado con él. Creyendo que se trataba de algún tipo de brujería, lo ataron y lo llevaron al poblado orco, para investigar que es lo que había ocurrido con aquella criatura.

Ner’zhul, el líder chamán de los orcos, mostró un gran interés por el caso, y quiso investigarlo en privado, comprobó que aquel ser no era ni más ni menos que una creación de la nigromancia, aquel arte que estaba intentando dominar. Sin embargo, el ritual no había sido terminado, a aquella creación le faltaba el último paso, la mente vinculante de su poseedor, que parecía que no hallaba. Ner’zhul recordó que aquel ritual lo había escrito en uno de sus libros e inmediatamente se dirigió a su biblioteca, comprobó que efectivamente su libro de rituales había desaparecido, el libro en el que había estado escribiendo todo aquello que aparecía en sus sueños, cegado por el miedo empezó a buscarlo por todos lados, pero no logró hallarlo. Después de descubrir lo que aquellos rituales hacían, se percató de que aquel poder tan superior podría ser demasiado ambicioso para su raza, sintiendo miedo de condenar a los orcos a ser esclavizados por aquel arte, Ner’zhul decidió no volver a practicarlo ni escribirlo. Ner’zhul decidió dar muerte a aquella creación inacabada y en ese mismo instante, los susurros en la mente de Burghok se desvanecieron. Tiempos oscuros iban a llegar para los orcos, aunque aquellos aún no lo sabían.

EL ELEGIDO

| domingo, 13 de enero de 2013
Leer más »

Era una noche oscura, el castillo apenas estaba iluminado por las antorchas que estaban emplazadas en el puente y el foso, hasta la luna parecía haber desaparecido ante la posible presencia de la gran bestia.

Las antorchas proyectaban enormes sombras fantasmagóricas, que se reproducían en las paredes de la torre del castillo, los guardias, que no eran mas de veinte hombres asustados y entregados a su suerte por el rey, solamente se miraban entre sí, preguntándose cuál de ellos sería el almuerzo elegido esa noche por la bestia alada.

Se rumoreaba que los guardias que habían sobrevivido a la experiencia de haber visto a la extraña criatura voladora con sus propios ojos, eran inmediatamente reemplazados, relevados de sus puestos en el castillo, eran mandados a realizar tareas sin importancia a otros pueblos, o simplemente desaparecían; esta maniobra, la había ideado uno de los asesores del débil rey, el cual, solamente ante la pregunta del porque cambiaba de guardias tan asiduamente, solamente mandaba a presentar justificaciones apenas creíbles como por ejemplo, que los hombres no se habían presentado a sus puestos, o que no pertenecían a la guardia real; el verdadero temor del monarca, era que sus súbditos empezaran a sospechar que las historias en torno a la bestia alada eran reales.

Las historias que se tejían alrededor de la bestia decían que su cabeza era más grande que tres carretas cargadas de heno, que sus alas extendidas, eran mas largas que un río, que su cuerpo era más pesado y extenso que diez castillos, que sus pezuñas eran más afiladas que el hacha del verdugo, que su aliento era el fuego del mismísimo diablo y que sus ojos... sus ojos, dejaban petrificados a los que se atrevieran a mirarlo de frente.

La primera reacción del rey, fue hacer oídos sordos a los rumores de que existía una extraña bestia que revoloteaba cerca de las villas, y que desaparecía detrás del bosque apenas despuntaba el sol.

Pero la primer prueba directa, la había recibido una noche oscura y cerrada, en la que la luna era ocultada de vez en cuando por nubes pesadas y grises, la guardia de esa noche, estaba compuesta por apenas diez hombres, pues no se esperaban visitas, no había fiestas ni reuniones; de repente y de la nada, según le contó al rey uno de los hombres, había aparecido una gran bestia voladora...
Su primer revoloteo alrededor del castillo, había apagado al instante las más de cien antorchas que se encontraban emplazadas alrededor del foso, el puente y la torre; todos los hombres se habían quedado estupefactos, pues, lo que ellos consideraban que era un gran pájaro, parecía ser una bestia con alas enorme y veloz, que surcaba los cielos nocturnos como si hubiera nacido de las mismísimas penumbras.
El guardia le contaba al rey, entre temblores de todo tipo, y palabras que se atascaban en su garganta, que la bestia, después de su primer vuelo, había regresado y que se había quedado suspendida en el aire por varios segundos batiendo sus alas, el hombre decía que el viento que producía las alas, era tan fuerte, que volteó a dos de los hombres que estaban en la torre y dio vueltas una de las carretas que estaban cerca del foso, y que un segundo después, la bestia se había lanzado casi en picada directamente hacia uno de los guardias que cuidaba el puente...
El rey, miraba azorado al hombre mientras éste relataba su historia, pero lejos estaba de creerle, y dejó continuar hablar al nervioso hombre; éste, le dijo al rey que después que la bestia se hubiera lanzado hacia uno de los hombres, lo había tomado con una de sus enormes garras, en las cuales éste desapareció por completo, pero después de eso…
El rey se levantó enfurecido de su sillón y le espetó al hombre con furia:
―¡Después...! ¿Después que…? ¡dime, dime que pasó imbécil!
El guardia, que estaba a punto de desmayarse y a esa altura tartamudeaba sin parar le empezó a decir al rey:
―la... la...
―¡Dime que pasó!!!! ―gritó el rey con furia
―la... la... bes... bestia… habló ―dijo el guardia.
El rey cambió su gesto y su cara se volvió pétrea. El guardia hizo silencio, sus rodillas temblaban; el rey, miró un segundo al hombre y rápidamente y en un ágil movimiento lo tomó fuertemente del cuello y lo atrajo hacia su rostro
―Pero…¿crees que tu rey es un imbécil?
―No… nnn… nno mi señor ―dijo el guardia.
―¿Crees que tu rey es tan incrédulo como para creer que existen criaturas voladoras parlanchinas en la noche?, ¿ehhh…? ¿crees eso de tu rey? ―suspiró, se tomó la frente, y sin soltar el cuello del guardia le hizo una seña a uno de sus guardias para que se acercara, le desenfundó la espada y prosiguió diciendo―: ¿Crees que tu rey es un idiota? ―le dijo mientras le colocaba el filo de la espada en el cuello
―No... nnn nnno mi señor ―dijo el asustado hombre.
―Entonces, si tú no crees que tu rey es un imbécil, si tu no crees que tu rey es un idiota,..¿Por qué razón le mientes a tu rey?
El silencio en el gran salón del castillo fue total, y todos estaban expectantes de la respuesta del guardia.
El rey presionando un poco más la espada en el cuello del hombre le dijo:
―mira, te estoy dando la oportunidad de no perder tu estúpida cabeza, así que dime la verdad―
―Estoy diciendo la verdad, mi señor ―fue la respuesta del guardia.
―¡Ahhh! comprendo ―vociferó el rey en tono burlón―, y si tú estás diciendo la verdad, dime: ¿Que te dijo la bestia alada y parlanchina? ―dijo haciendo un gesto burlón con la mano libre―, ¿Te dijo que quería pasar al castillo?, o acaso ¿Te invitó a cenar? ―todos los que rodeaban al monarca, menos el guardia, festejaban su ocurrencia con una risa apagada―.
―Lo que dijo, mi señor ―empezó a decir el guardia―, te escucho, atentamente ―interrumpió el rey―; lo que dijo la bestia mi señor ―siguió diciendo el guardia, con sus ojos desorbitados, mirando de soslayo la hoja de la espada―, fue... que después…
―¡Sí…?
―que desss… pués que… que… que se llevara a todos los hombres, vendría por… ppp… porrr usted mi señor, ppp… por porque usted... usted… era el elegido-.....
Se hizo un gran silencio en la sala, el rey bajó tranquilamente su espada, y su mirada se perdió en la nada...
―¿El elegido…? el elegido ―murmuró el rey mientras se retiraba lentamente del cuerpo tembloroso del guardia ―el elegido ―volvió a decir.
Giró haciendo un sonido agudo con los tacos de sus botas; y quedó de espaldas al guardia que seguía temblando; éste abrió la boca para decir algo, pero antes de eso el rey frunció el ceño y una leve sonrisa se dibujó en sus labios. Un filo cortó el aire con un zumbido agudo, y le seccionó limpiamente la cabeza al guardia; el cuerpo del pobre desgraciado, cayó convulsionado a los pies del monarca a la vez que la cabeza rodaba por las escaleras y quedaba junto a una de las mesas de roble donde se ofrecían algunos de los banquetes.
Todos los asistentes bajaron la mirada al instante, mientras que otros solamente se cubrieron los ojos con las manos.
Hecho esto, el rey mandó a retirar el cuerpo y enterrarlo en un lugar alejado; y advirtió severamente al jefe de la guardia, que si algún hombre a su cargo osaba con mentirle otra vez, daría orden de cortarle la cabeza inmediatamente...
Al atardecer, la cabeza del infortunado había sido clavada en una larga estaca y colocada en la torre para que los demás guardias la contemplaran y vieran lo que les sucedería si alguno de ellos se atrevía siquiera a mentirle nuevamente, o comentar una historia tan descabellada como la que había inventado el decapitado.
Pero a la mañana siguiente, lo único que se comentaban entre sí casi todos los hombres de la guardia, era la nueva aparición de la bestia.
El jefe, citó a todos los hombres de todos los turnos y les advirtió de la severidad del castigo si el rey se enteraba de la situación, pero los hombres no solamente seguían comentado lo sucedido, sino que se negaban terminantemente a pasar otra noche haciendo guardia en las torres, los patios y los alrededores del castillo.
Le comentaron al jefe, que la bestia había aparecido de la nada, como si saliera de la misma luna, que había revoloteado dos veces por el castillo, y que en un movimiento veloz, había caído en picada sobre la torre...y se había robado la cabeza del guardia...
El jefe también escuchó incrédulamente la historia, pero tenía dos puntos o tres...que no cerraban para ser un mero invento de los hombres: la cabeza del guardia había desaparecido, los hombres estaban más que asustados, y dos de esos hombres temerosos eran sus hermanos; y él bien sabía, que sus hermanos jamás faltaban a la verdad.
Fue cuando un asesor del rey al escuchar los comentarios de los hombres, convenció a éste para hacer grandes cambios en la guardia real, fue así que el jefe de la guardia y sus hermanos fueron enviados a otras villas, y los hombres que eran convocados para realizar las guardias del castillo, se presentaban ante el rey antes de tomar sus puestos; hacían la guardia por una noche, y luego eran enviados a otros lugares, eran asesinados, o silenciados con monedas de oro; y a la noche siguiente, se presentaban nuevos hombres que desconocían la situación, o no estaban al tanto de los comentarios.
Las apariciones de la bestia se fueron sucediendo noche tras noches, durante un largo tiempo, y en este lapso, varios hombres habían desaparecido.
El rey, temeroso de perder el dominio de la situación (que posiblemente pensaba, desencadenaría en un posible levantamiento de la plebe, pues, la mayoría de ésta, estaba formada por amigos, padres y hermanos de los desaparecidos) mandó a organizar durante varios días sin sus noches, dudosas fiestas para ganarse nuevamente la confianza de sus súbditos, preocupado a la vez por los comentarios que seguían diciendo que la bestia, en cada oportunidad que se presentaba, decía que vendría por el rey; pues, era el elegido.

Fue exactamente al término de un año de cumplirse la primera de las desapariciones, que la bestia alada, volvió en vuelo asombroso al castillo no para llevarse a un hombre, sino para regresarlo…

El primer hombre que fue dejado en la torre del castillo, era un hombre al que los guardias desconocían por completo. Éstos se miraban totalmente incrédulos entre sí, no sabían como reaccionar, y lo único que se les ocurrió fue acorralar al hombre en el mismo lugar en el que la bestia lo había dejado.

Enseguida fue maniatado y llevado al gran salón, ante el rey...
El rey, que había sido puesto al tanto de la situación antes de que el hombre estuviera frente a él, discutía airadamente la aparición con sus asesores y magos; los cuales, estaban completamente o más desconcertados que el rey, e inventaban diferentes explicaciones; algunas de ellas tan desopilantes, como que el hombre devorado por la bestia había mandado una réplica de sí mismo, o que un mago poderoso se hacía pasar por el muerto para crear confusión y así, apoderarse del reino… cualquier explicación parecía ser válida.

Cuando el hombre reaparecido estuvo frente al rey, el monarca no daba crédito de lo que veía, el hombre que estaba parado en su presencia, era el mismo hombre que él mismo había decapitado hacía tiempo atrás; el rey, sus asesores, el mago y los bufones, retrocedieron inmediatamente, pensando que era un fantasma espectral que volvía desde más allá para vengar su propia muerte...

Pero el hombre, antes que el rey dijera palabra alguna empezó a hablar:
―No he venido a hacerte daño, sólo he venido a decirte que los hombres que han sido llevados por el dragón no han sufrido daño alguno, solamente fueron llevados a la tierra del Saber; y en el palacio de las Ciencias fueron instruidos en armas, medicina, religión, números, lectura, escritura y en otras mancias, las cuales están fuera de tu entendimiento.

El rey todavía no salía de su asombro, y escondido casi detrás de su sillón, preguntó: ―¿Uunnn dra..dra...dragón?....¿Qué que..es un dragón…?
―El dragón ha proclamado, que tú eres el elegido ―dijo el aparecido.
El mago, que tampoco salía de su asombro enseguida se acercó al monarca y le dijo que no se dejara llevar por las palabras de un espectro que tenía la cabeza de nuevo en su lugar, pero el rey no podía dejar de escuchar ni de mirar al hombre, el cual dijo nuevamente:
―Mi señor, usted es el elegido…
El rey se encontraba fuera de sí, tanto por la aparición del hombre al que él mismo le había cortado la cabeza, como por lo que éste decía.
El monarca, salió lentamente de atrás de su sillón, y preguntó:

―¿Co… co… cómo es que tú…? ¡ejemmm! ¡Cómo es que tú, estás vivo, y con tu cabeza? ―el mago les hizo una seña a los guardias privados para que protegieran al monarca mientras que salía de su improvisado escondite―.
―Mi señor ―empezó a decir el aparecido― usted está frente a un milagro que escapa a su entendimiento, he sido favorecido con un viaje a la tierra donde el tiempo no existe, donde la muerte y la vida son los puntos opuestos de una misma delgada línea que divide este mundo conocido, de otro mundo espiritual, es por eso que yo estoy aquí, para decirle a usted, mi señor, que usted es el elegido-
―¿El elegido? ―repitió el rey

―Sí mi señor, usted será el elegido entre todos los que fuimos a la tierra del saber, por que usted y sólo usted, pasará a formar parte del dragón, para que sean ambos uno, para que usted sea un ser fundido con otro, el dragón, el cual es el portador de toda la sabiduría del Maestro…
El rey sonrió solemnemente, y dijo:
―Bien, espectro, o lo que seas ―empezó diciendo el monarca―, si tu dices que yo me fundiré con la sabiduría de la bestia, a la que tú llamas dragón, estaré dispuesto a arriesgarme a ser raptado para ser llevado a esa tierra mágica que pregonas y allí me instruiré para ser poderoso, mágico e inmortal como tú…
Y dicho esto dispuso todo, para que el año que él faltase, estuviese al frente de su reino la persona más indicada, o sea... él mismo, por eso dejó instrucciones precisas, de que al hombre que osara posar sus asentaderas en el sillón real, le sea cortada la cabeza inmediatamente.
Sus asesores, magos, bufones y todos los aduladores de turno, dieron una gran fiesta por la tarde dentro del castillo; a la plebe solamente le arrojaban las sobras mediante canastos, que estaban ubicados en lo alto de la torre, y así fue cayendo el sol lentamente.
El rey estaba listo para su viaje.
Ya entrada la noche se escuchó a lo lejos un extraño y grave sonido: era el batir de las inmensas alas de la bestia que se acercaba.
El rey temblaba en la torre, y todo su personal más cercano temblaba con él, la guardia estaba completa y sus hombres estaban en sus respectivos lugares.
Cuando la criatura, estuvo lo suficientemente cerca del castillo se detuvo un segundo en el aire, y escudriño a todos los hombres que se encontraban en la torre; cayó en un vuelo casi rasante por una de las paredes laterales y volvió a ascender, dejando suavemente en el lugar a otro guardia que había sido raptado e instruido en la tierra de las Ciencias.
Nuevamente se acercó y en vuelo suspendido hacia la torre, clavó sus gigantes ojos en el rey; el monarca que estaba por demás exaltado por tantas sorpresas, se inclinó y sus esfínteres se relajaron completamente, haciendo que su orina corriera libremente por una de sus piernas...
Y se escuchó una voz como de trueno:
―¿Quién es el elegido?
Los hombres que no podían racionalizar lo que veían, estaban sin palabras, solamente el mago del rey dijo:
―Él, es el elegido ―señalando al patético rey que estaba en cuclillas.
―¿Él es el elegido? ―preguntó de nuevo el dragón―.
―¡Soy yo, el gran rey! ―gritó el monarca, componiéndose y apoyándose en el mago, mientras trataba de ocultar sus calzones mojados―.
El inmenso dragón lo miró y le dijo:
― Hombre necio y cobarde, no solamente estáis desposeído de toda virtud, sino que también me habéis entregado a todos estos hombres en tu lugar, éstos, a los que yo me he llevado a la tierra del Saber en presencia del Gran Maestro, y Él, en su inmensa misericordia, me ha mandado a instruirlos con todo el saber de las ciencias, en vez de ser devorados por mí, y Él, fue el que ha devuelto a la vida al que tu matasteis, y este regalo de la sabiduría que en principio había sido destinado para ti, fue impartida por el Gran Maestro entre todos estos hombres de buen alma, pero Él en su inmensa sabiduría, me ha dado el permiso para que uno de todos estos, sea parte de mí, y ese eres tú… ¡Tú eres el elegido!

Y dicho esto, en un movimiento preciso e infinitesimal, el gran dragón atrapó con una de sus garras el cuerpo del rey y se lo devoró de un solo bocado, ante la mirada asombrada de todos; luego, abrió sus inmensas fauces y con un sonido ensordecedor parecido al de diez mil cascadas de agua en todo su esplendor, voló hacia el oscuro cielo y se perdió en la noche.

El elegido ya era parte del dragón, ya se había fundido con él, el elegido había cumplido su cometido, había sido una apetitosa cena...
Cuenta la leyenda, que después de un tiempo, el dragón retornó al último hombre que había sido instruido en la tierra del Saber; y hecho esto, jamás se lo volvió a ver por el castillo, aunque se rumoreaba que se lo había visto incontables veces en distintos lugares.

El primer hombre que fue devuelto sano y salvo por el dragón, el hombre al que el rey cobarde había decapitado, fue nombrado rey debido a la inmensa sabiduría con la que contaba, y él mismo se reunió al fin con todos sus compañeros que habían sido instruidos por el Gran Maestro y que habían sido devueltos noche tras noche.
Para honrar la sabiduría encomendada, él hombre mandó a tallar en todos sus escudos un dragón dorado, que fue el símbolo de su reinado, y mandó a construir una mesa redonda donde nadie sería líder, porque como él mismo repetía una y otra vez: "la sabiduría es una, y es compartida por todas las almas mas allá de este reino".
Cuentan que el hombre no se hacía llamar por su título de rey; sino por su nombre, el mismo que utilizaba cuando era un guardia: "Arturo".

EL ELEGIDO

Posted by : Unknown
Date :domingo, 13 de enero de 2013
With 0comentarios
Next Prev
▲Top▲